Maquillaje teatral

“El maquillaje es un acuerdo tácito entre el espectador y el actor, pues todos sabemos que lo que se presenta en el escenario es real mientras dure la función, pero un buen maquillaje, combinado con el vestuario y la escenografía, introducen al público suavemente a ese mundo ficticio”, indica María Mercedes Arce, catedrática de la licenciatura en Arte Dramático de la Universidad de San Carlos.

POR ISABEL DÍAZ SABÁN

La preparación del actor profesional incluye las técnicas básicas del maquillaje, pues la mayoría de ellos tendrá que poner en práctica esos conocimientos durante su carrera. Conocer su rostro es una de las primeras tareas, así sabrá cómo transformarlo.

El diseño depende de varios aspectos: el lugar en el que se presentará, la época y el tipo del montaje, además de los requerimientos del director. “Es una especie de juego con la morfología de cada artista, que involucra luz y sombra para transformar al actor en un personaje. Sobre el escenario todo es deliberado, nada es al azar”, indica Fernando Juárez, maestro de teatro.

El maquillaje no es una ciencia exacta ni una receta, todos los rostros y las pieles son distintos, así como las circunstancias de las presentaciones.

Para Roger Ovalle, director técnico artístico del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, el maquillaje teatral se divide en cuatro apartados. El primero y más sencillo es el que se utiliza en las obras realistas que se desarrollan en una sala pequeña.

Las de escenario grande, en las que es necesario exagerar las expresiones para que todo el público alcance a verlas es el segundo apartado; el tercero se basa en las caracterizaciones que consisten en el uso de piezas postizas como pelucas, barbas, bigotes, y por último el maquillaje de fantasía, que además incluye los efectos especiales, que son aquellos en los que se utilizan materiales que proporcionan texturas.

En la práctica

Todo inicia con lo básico: el molde del rostro del artista es la primera herramienta para construir un personaje de fantasía o una caracterización, utilizadas con más frecuencia en el teatro para niños y espectáculos familiares. Los materiales necesarios para una producción de calidad no están a la venta en el país y deben importarse desde Estados Unidos, que gracias a la industria del cine es el gran productor de este tipo de implementos.

Los postizos se crean para cada actor; de lo contrario, este podría tener problemas al respirar, moverse o al hablar. “Las piezas se fabrican de acuerdo con el tipo de producción; es decir, si el personaje tiene diálogos largos, si está en escena mucho tiempo o debe bailar, y además, asegurarse de que duren el tiempo necesario”, indica Óscar Cano, director de la compañía de espectáculos El Duende del Ático.

Desde la antigüedad

El deseo de adornar el cuerpo siempre ha acompañado al ser humano. Al principio se usaban marcas en la piel, y en civilizaciones como las asiáticas, mayas o hindúes, era una cuestión religiosa y sacramental. Los pigmentos denotaban una categoría o función social.

En Egipto se desarrollaron técnicas de maquillaje las cuales no difieren demasiado de los utilizados hoy. En la antigua Grecia, las mujeres se emblanquecían el rostro para mejorar la apariencia de la piel. En Francia, por el siglo XIX se inició la obsesión de ocultar las arrugas, pues las rellenaban con una pasta que se cubría con una mezcla de arsénico y plomo. Aunque su propósito siempre ha sido mejorar el aspecto, estas técnicas fueron adoptadas por el teatro, pues permite al actor comunicar mensajes claros y precisos al auditorio.

En Grecia, la cuna de la cultura, se usaban máscaras para denotar la tristeza o la alegría, pero estas quedaron en desuso cuando empezaron a valerse de tinturas. Como no se permitía que las mujeres actuaran en los espectáculos, los hombres se maquillaban para los papeles femeninos, resaltando los ojos, la boca y las cejas, para denotar una expresión determinada.

Fuente: REVISTA D, nota publicada por prensalibre.com el 07 de septiembre de 2013.